Por Luis Alberto Alonso Aviles

En la entrega de esta semana de Episteme Rei escribí sobre la teoría de la estupidez funcional que postula el profesor de administración de empresas Mats Alvesson. En caso de que usted no haya leído la entrega o no recuerde el tema de manera sucinta, le resumo: la teoría de la estupidez funcional sentencia que cuando el objetivo de cualquier administración es la productividad por medio de una estrategia estricta, la consciencia crítica no tiene lugar: la ejecución conforme a la regla es lo importante ya que de ello depende el sustento y la imagen de la figura simbólica que representa el nombre de la empresa. Ahora extrapolemos el tema a la administración pública.

La estupidez debe entenderse como las limitantes propias o ajenas con las que los agentes se ven comprometidos. En el particular caso mexicano, como describí en el caso de los trabajadores conocidos como “Godinez”, las limitantes (su estupidez) radican en la demarcación específica de las labores, cual neo-obreros de la presente era, problema potenciado por la estupidez por convicción.

En el caso de la administración pública, la demarcación de las atribuciones de poco sirve cuando nuestros legisladores son juez y parte en las tareas en que pueden inmiscuirse, así como los miembros del poder ejecutivo son juez y parte por medio de las dependencias que componen dicha figura institucional. Que la Constitución dice que el poder está divido en una trinidad judicial, legislativa y ejecutiva es un eufemismo porque en la práctica es claro que no es así. Para el caso, recuerde cómo los titulares del poder ejecutivo a cualquier nivel se vanaglorian de instruir o “invitar cordialmente” a “x” dependencia a cumplir con sus obligaciones o atender el clamor popular. Pero resulta que el poder popular es el que los puso en el cargo, luego entonces: háganme caso a mí.

Me he permitido esta larga introducción para hacer notar que el manejo que se hace de la administración pública en los cargos de los poderes ejecutivo y legislativo sirven, la mayoría de las veces, para presumir de trabajar en beneficio de la sociedad haciendo gala de la estupidez funcional. Es funcional, a pesar de lo paradójico del tema, porque el hacer público se ha convertido en seguir el precepto del imperio romano “pan y circo”, con la evidente complacencia por convicción u omisión de los ciudadanos. El pan toma forma de migajas de bienestar enmarcadas en obras-políticas públicas mal hechas y manchadas por la corrupción; mientras el circo viene, normalmente, en los cambios de administración, cuando los sucesores no son afines a la corriente que los precedió y la porquería emerge como la cortina de humo para una administración similar a la anterior y que, según palabras del propio Enrique Dussel (ese gran filósofo de izquierda amante de las políticas de Chávez y AMLO) “todo gobierno necesita para legitimarse ante el pueblo”.

Al tema:

¿Los diputados locales y federales, así como los senadores, no se dan cuenta de que estamos hartos de las malditas Comisiones Especiales? Desde hace años, los ciudadanos vemos cómo ante algún escándalo de corrupción estos personajes salen a la palestra a anunciar con bombo y platillo la creación de una de éstas Comisiones. ¿Por qué crear un grupo especial para investigar ciertas problemáticas cuando se supone que para eso existen instituciones? ¿No se supone que somos un Estado de instituciones?

Podríamos perdonar las atribuciones que se toman nuestros legisladores siempre y cuando dieran resultados, pero lo raro es, justamente, que los den. Y podrían no darlos de manera contundente, pero por lo menos demostrar que hicieron su trabajo, no como los actuales miembros de la Comisión Especial para la Investigación de la Línea 12 del Metro, que en vez de investigar, citan a comparecer POR SEPARADO a los directores del Metro, los implicados en el Proyecto Metro y a miembros del consorcio constructor. ¿Eso es malo? No, pero es patético que se les cite a comparecer sin investigar medianamente sobre lo que han de cuestionarles.

Estupidez “funcional” en su más clara expresión. En su intento de quedar bien con los ciudadanos de la Ciudad de México, los legisladores están saliendo quemados, pues citan a comparecer de manera casi inmediata a los implicados: Horcasitas les dio cátedra, Ortega se armó con la retórica de 5ª que siempre ha manejado y la mala cara con la que nació (cuando unos días antes Joaquín López Dóriga casi lo hace llorar en menos de cinco minutos), Bojórquez aburrió al respetable con largas respuestas de daban una y mil vueltas por sobre sí mismas y hasta chistes se animó a hacer ante la complacencia de la gran Comisión Especial. Lo peor es que ni siendo parte de los organismos públicos que pueden tener fácilmente contactos que los apoyen con la información necesaria, lo hacen.

Quienes sí pudieron o quisieron hacer el trabajo que la Comisión debió demostrar fueron los miembros de México Evalúa. A través de su Programa de Gasto Público y Transparencia, señalan que “…la causa fundamental de los desfases técnicos  es el insuficiente desarrollo de los proyectos ejecutivos, lo cual propicia anomalías como la falta de ingeniería de detalle, indefinición de la tecnología por usar, imprecisión del sitio de construcción, entre otras. La ausencia de estudios de mecánica de suelos, topográficos (la ironía es que si viaja en el Metro dará cuenta de publicidad de escuelas de topografía), geológicos, ambientales, al igual que de formas técnicas también se consideran en esta categoría, así como las bases de licitaciones adecuadas, licitaciones mal evaluadas o insuficiencia del personal técnico. En muchos casos, los trabajos que no tienen el proyecto ejecutivo totalmente terminado inician un proyecto limitado con ingeniería básica”.

En el caso de la L12, refieren información de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), que señaló en 2009 un dictamen negativo al proyecto. Entre las deficiencias se encuentran: falta de estudios de costo-beneficio (que Ortega y Bojórquez presumieron); anomalías por posible tráfico de influencias (los hermanos Horcasitas laboraban en ambas partes); los estudios de suelo no fueron aptos para el terreno y los cambios de ruta, ya que no se hicieron en el sitio de la construcción; deficiencias financieras  en rendición de cuentas y un largo etcétera que todos los usuarios de la L12 pudieron documentar desde la puesta en marcha de ésta.

Otro tema:

La estupidez “funcional” legislativa tiene diversas vertientes; no todas buenas, no todas malas. En esta semana se presentó una propuesta ante el Pleno de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por parte del Partido Acción Nacional (PAN) que busca dar descuentos en el pago del impuesto predial a los dueños de casas habitación que demuestren usos y prácticas sustentables en sus respectivos hogares. Celebro como nunca la propuesta, el problema es que la mentalidad de esta “ciudad de vanguardia” no cambia sino es a cambio de beneficio en la bolsa o las manos, y eso no forma una consciencia de sustentabilidad, señalada como principal objetivo de la propuesta.

Ser consciente del desastre ecológico que provocamos a diario no se nos dará si no enmendamos nuestros hábitos más contaminantes, no sólo en nuestras casas sino en nuestros hábitos personales en todo momento. No le diré qué tiene qué hacer, tan sólo piense de dónde viene todo lo que usa y luego a dónde se irá si lo desecha; piense, investigue, si lo que está usando es biodegradable o tóxico. Por otra parte, cuando el DF adolece en sus finanzas por diversas razones, ¿es realmente conveniente ahorcar más la ya baja recaudación? No digo que haya que pagar más impuestos, pero el dar subsidios o descuentos no conlleva sino un recorrido recaudatorio para quienes ya pagan impuestos en tiempo y forma. La “funcionalidad” de la propuesta es sana en la teoría, pero la práctica devendría en otra no muy buena.

En el mismo tenor, por si usted aún no se ha enterado, se acerca “la hora del planeta”. Es una iniciativa que busca el impacto visual y mediático para “hacer conciencia” (una frase ciertamente hueca de la que gustan los demagogos) de los problemas ambientales para darnos cuenta de que podemos cambiarlo, reza la asociación que lo promueve.

Pues bien, estos proyectos no son sino una ventana de oportunidad para que algún funcionario que no tiene ni idea de las funciones y deberes de la secretaría que preside se erija como un vanguardista. Se lo digo porque la iniciativa llegó a nuestro país por el boca a boca o chat a chat hace ya algunos años, luego los burócratas lo retomaron para vender eficacia y pulcritud de las políticas públicas a su cargo.

Si usted quiere dejar de contaminar, personaje harto preocupado por el ambiente, no es necesario que, para lavar su consciencia o embestirse de santo, apague sus luces y encienda una vela, linterna, su celular, la chimenea y demás porquerías que contaminan igual o más.

Si usted quiere disminuir su mancha ecológica (es el nombre que recibe el impacto que generamos por nuestros hábitos contaminantes) procure cuidar todo tipo de energía que use, recolectar agua de lluvia para diversas necesidades, bajarle al consumismo voraz de cuanta porquería empaquetada se le ponga enfrente y, por favor, ahorre para comprar focos ahorradores de energía o de leds.

Por último, antes de echar campanas al vuelo y enorgullecerse por lo que los burócratas quieren venderle como actividades de vanguardia, piense en cómo es que estas funcionarán o qué impacto inmediatos y a largo plazo tendrán.

 Cierto es que hemos dejado de matar árboles por usar menos papel, pero ¿sabe usted lo contaminante que es su celular-computadora-tableta y todos los medios digitales que usa a diario?