Por Carolina Báez López
El dinero que llega a nuestras manos trae consigo un entramado de historias que pasan desapercibido ante nuestra posesión, porque ha conocido los deseos y las verdades ocultas de todos sus propietarios. Por esto lleva consigo fragmentos de vida, que nos hace preguntar qué podría contarnos.
̶En mis manos está el origen del cosmos. ¿Alguien podría decirme por qué?̶ preguntó el profesor sosteniéndome entre sus manos, mientras miraba inquisitivo a los nuevos estudiantes de filosofía, buscando una respuesta en sus evasivas miradas.
Ante tal gesto de ausencia los convidó a buscar en sus bolsillos una moneda de la misma denominación; mientras les decía que el águila sosteniendo la serpiente representaba la esencia de todo mito cosmogónico. El profesor dejó de mirar la moneda que tenía en sus manos para observar la reacción de los estudiantes que seguían sin respuesta, por lo que volvió a preguntar:
-¿Por qué tengo el origen del cosmos en mis manos?
A pesar de escuchar la pregunta por segunda vez en el día, seguía alagándome tal afirmación de mi identidad. Saber que por primera vez mi poseedor desde hace tres días no me veía como un fin material, sino como un medio para la explicación fantástica del sentido de la existencia.
Y aunque no llevo en mí el significado mítico del origen de los tiempos, sí soy, por el contrario, el origen del poder y la distinción clasista. Al ser hija del trueque se me ha asignado la tarea de dar valor tangible a las cosas, para poder decir que todo al fin y al cabo, tiene un precio. Me dirán los lectores que existen valores que se encuentran por encima del interés material, valores incorruptibles, puros; pero ante mi presencia las máscaras se caen para dejar ver la verdadera esencia del que me posee y demostrar que no existe acción desinteresada, pues todo actuar humano busca en el fondo una ganancia propia a la que le he asignado un precio.
Nunca he sido la misma, pues la percepción de adquisición está en función de las necesidades y deseos de mi poseedor, por lo que a veces significo alimento, otras conocimiento, muchas veces entretenimiento, transporte, placer. Le he asignado un costo al amor en la belleza tangible y efímera de las rosas entregadas a la mujer amada por el amante de ensueño.
Y así como he dado alimento al mendigo, también le otorgado la euforia y la perdición al hombre más puro con la compañía de la mujer extraña. No sólo cada sentido ha sido saciado a través de mí, sino que he despertado otros. El que me posee una vez me querrá para siempre. Soy la representación del deseo y la corrupción y mi corta estancia con el letreado lo comprobaría.
Una vez terminada la introspección sobre su ser, el profesor vuelve la atención a los estudiantes.
A pesar de los reiterados intentos del moderno hombre griego por darse a entender, los integrantes del quórum no atinaron a la respuesta. Él sabía que no verían en la moneda la representación de las alas como lo superior y en la serpiente lo terrenal. Elementos que se encuentran presentes en todas las manifestaciones en las que el hombre ha dado significado a su origen de forma fantástica. Por lo que se conformó a decir:
̶Prefiero dejar en ustedes la duda cartesiana.Hasta la próxima clase ̶ mientras reordenaba sus notas y se preparaba para salir del salón.
Terminó la segunda clase del día en la que el profesor me utilizó con fines educativos. Regresé por última vez al bolsillo del profesor para no volver nunca más a la facultad.
Ese día, justo cuando el objeto del fetichismo adquisitivo se sentía por fin fuera de ese mundo, una joven estudiante le puso precio a la compañía del maestro.
̶¿Podríamos discutir la clase de hoy mientras le invito un café?-dijo la joven con voz incitadora y movimientos seductores- El profesor dejó de ordenar sus notas para mirar a la provocativa estudiante…
̶ Creo, señorita, que podemos ampliar la sesión. ¿Sólo usted? -preguntó con disimulado interés-.
̶ Sólo yo. ¿Tiene algún inconveniente?
̶ Claro que no.
-El ágora y la discusión filosófica quedaron atrás, y comenzó el corto viaje desde el aula hasta la casita clandestina proveedora de ambrosía. Ambos sabían en qué terminaría el improvisado encuentro y aunque el apuesto y encantador profesor, reminiscencia de lo apolíneo y lo dionisiaco, no demostraba su ansiedad, yo podía sentirla cuando con su mano sudorosa jugueteaba conmigo en el bolsillo.
La profundidad del diálogo se adormeció a medida que pasaba el tiempo, al grado que la moneda dejó de prestar atención a la plática de la cual era protagonista en un principio. Se encontraba plácida en el bolsillo hasta que el profesor dejó de verla como un fin pedagógico para que facilitara la última gota de alcohol. |