Luis Alberto Alonso   @ikaro_46

En el ideario intelectual, la figura de los gobernantes y representantes ciudadanos posee características imprescindibles para hacerse objeto de ciertos adjetivos como el clásico y conocido “político”. Por el contrario, esta denominación es para la vox populi una definición del clasismo y superioridad con la que se suelen pavonear los más de nuestros servidores públicos quienes son conocidos entonces como “gentleman” y “ladys”. Con sus acciones, la diputada local perredista Nora Arias se ha colocado en el primer lugar indiscutible del segundo grupo.

Lo más probable es que usted no sepa que Nora Arias es representante ciudadana en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), pues carece de cualidades destacables para la administración pública, pese a ya haber “gobernado” la delegación Gustavo A. Madero en su último periodo. Tampoco, en el poco tiempo que ha transcurrido de la VII Legislatura ha brillado por alguna propuesta, posicionamiento o declaración.

Por el contrario, la más destacada participación de esta diputada ha sido el armar un escándalo en contra de un reportero del diario La Crónica que simplemente intentaba cumplir con su trabajo.

Desafortunadamente para Manuel Espino, al intentar obtener una declaración de Hiram Almeida, secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal -cuando este abandonaba el Salón de Sesiones tras haber rendido su Informe ante los diputados-, se encontró a un costado de la perredista quien, al sentir un leve roce en el hombro por parte del reportero –lo que consideró como un “empujón”-, le increpó como si se hubiera tratado de un acto llevado a cabo con intención.

Según relató el periodista, ofreció una disculpa bajo el argumento de intentar cumplir con su trabajo. Pero no fue suficiente para la diva perredista, pues llegó al extremo de pedir a su equipo de trabajo y al personal de resguardo retirar inmediatamente a Espino de las instalaciones.

El reportero intentó resolver la situación con una disculpa sugerida por el personal de Arias luego de la superlativa reacción de ésta. La excusa fue dirigida, más no recibida.

Por si fuera poco, la ex delegada exigió credenciales al reportero para después emprender acciones directas con sus superiores.

Reporteros de la fuente, al enterarse de lo sucedido, acudieron ante Leonel Luna, presidente de la Comisión de Gobierno, a fin de abogar por Espino.

Con naturalidad coloquial, más que el protocolo siempre destacable en el legislador, recibió en sus oficinas a la comitiva periodística para conocer los detalles. Sin embargo, la diputada intentó hacerse presente en la reunión sin haber sido solicitada su intervención

Por respeto a los presentes, omito dar cuenta de lo que ahí se dijo, pero salve decir que la conversación se dio con respeto y el reconocimiento de Leonel Luna de la carencia de cualquier falta respeto por parte de Manuel Espino a su subordinada de bancada, por lo que se comprometió a resolver la situación sin mayores contratiempos.

Pero la perredista, quien se hizo acompañar de un miembro de su equipo de poco más de 1.90 metros de estatura –a quien dijo que Espino, de no más de 1.75 metros, también “empujó”-, irrumpió en la reunión para enfrentar al reportero con un ánimo propio de los barrios bajos de la delegación que antes “gobernó”.

Máxima fue su sorpresa cuando sus acusaciones encontraron una fuerte oposición en el lado femenino de la comitiva –ya que pidió dirigirse sólo a este segmento- y todo el apoyo al reportero, calificado como uno de los más respetuosos y tranquilos de la fuente.

Las muestras de apoyo por algunos legisladores y sus equipos de trabajo no se hicieron esperar, sugiriendo incluso la posibilidad de presentar un mensaje en tribuna.

Desgraciadamente, parece que la falta de valor por parte de la dirección de La Crónica, o las probables amenazas de Arias, le costarán a Manuel Espino el retiro de la corresponsalía de la ALDF o, en el peor de los casos, su trabajo.

Tras los hechos, recurro en mi escritorio a la más reciente obra literaria de Ricardo Monreal, delegado de Cuauhtémoc, titulada con lo que puede casi calificarse como un aforismo, dada la realidad de nuestros funcionarios: “Errar es humano, rectificar es política”.

Dentro de las páginas de este ensayo, el ahora delegado se ocupa de analizar “diez errores que se comenten al ejercer el poder”. Claro, aunque la reminiscencia de Maquiavelo es evidente, el recorrido por sus páginas nos lleva a concluir que varias de sus secciones conllevan el sentido originario de ser un manual para idiotas que inexplicablemente homologan la burocracia con la soledad de la montaña zaratustriana y la consecuente arrogancia inacabada que ello implica.

Por ello, dicta que “el desconocimiento de las debilidades propias conduce a la falta de previsión y respuesta”. Luego, dice, se debe evitar el escándalo…

“Este fenómeno es el mayor enemigo de la gente de bien; tanto más alto estará quien sea su víctima, de ese tamaño será el círculo del escándalo y tanto más podrá ser el daño que le produzca. Evite a toda costa un escándalo quien ejerce la política. Le sucederá alguna vez que en un corrillo, en la calle, en un salón, cierta persona concurrente lo veje y maltrate injustamente. No conteste el personaje político a tal afrenta, menos si el adversario es un ser insignificante; sobrepóngase a sí mismo y deje pasar el agravio.

Lo mejor, lo más seguro, es que nosotros no rompamos el equilibrio en que estamos, que nada alteremos, que no hagamos con una imprudencia que todo se venga abajo. Acallemos la voz interior; dejemos pasar el tiempo, él amansará nuestro fuego interior; las personas de bien, las desapasionadas, nos darán la razón. Si tenemos un designio que cumplir, si tenemos una idea que nos guía, sigamos por nuestro camino sin detenernos en vanos y lamentables incidentes.”

Gracias a la perspectiva que el relato da, en conjunto con la sapiencia literaria, es fácil percatarse de que Nora Arias no es objeto del calificativo “político” en su aspecto positivo sino más bien al contrario.

Concluyo con la firme idea de que Nora Arias no comprendió el sutil sarcasmo intelectual con que Erasmo de Rotterdam escribió el Elogio de la Locura –dando por supuesto que ha leído tal obra-. En remembranzas del mensaje de la farsa, de la persona entendida en el contexto transformador de la polis griega al Estado en la sociedad latina, de la ilusión que se destruye al retirar la máscara del personaje que la porta una vez desaparecida la prudencia, nos dice, “la verdadera prudencia consiste en no querer ser más sabios que lo que nuestra naturaleza permite”.