Tanto el cine como el teatro experimentan con la fusión de la música clásica y situaciones o escenarios de ensueño, desde un atardecer al estilo de Monet, hasta un día de campo al estilo de Rembrandt, generan en sus espectadores una relación entre lo visiblemente bello y lo sublime de lo sonoro y no es de extrañarse que al escuchar a Mendelssohn el oyente evoque paisajes y escenarios increíbles.
Las dos piezas que conformaron el programa del fin de semana pasado de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México no fueron la excepción.
Para ilustrar de alguna manera la Obertura para Sueño de una Noche de verano de Mendelssohn -pieza que compuso a los 17 años- se podría citar a Octavio Paz en su poema Noche de verano, en donde dice lo siguiente: Todo respira, vive, fluye: la luz en su temblor, el ojo en el espacio, el corazón en su latido, la noche en su infinito.
Su nombre lo dice, el Sueño de una noche de verano es un sueño, un sueño que todos hemos tenido alguna vez, en que se sueña caminar por un hermoso paisaje. En el sueño de Mendelssohn en momentos el escenario toma protagonismo con el sonido de los violines y de pronto una explosión, lo que fuera una caminata se convierte en una carrera, las trompetas se anteponen a la Orquesta que responde con velocidad y de la nada llega la calma.
La segunda pieza del evento fue Concierto para piano y Orquesta No. 12 en la mayor, K. 414 de Wolfgang Amadeus Mozart y estuvo a cargo del Pianista polaco Józef Olechowski, miembro fundador y Director Artístico de la Sociedad Cultural Federico Chopin de México, y distinguido por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) como Intérprete con Trayectoria.
El pianista interpretó los tres movimientos de la obra musical de manera sorprendente, el potencial de la obra le permite al pianista jugar con la Orquesta, la Orquesta comienza y después le responde el piano, al termino del piano la Orquesta vuelve y por momentos se mezclan, generando la sensación de un mano a mano, dos lenguajes que se enfrentan -el lenguaje del piano y el de la Orquesta- y que se complementan.
En conferencia previa al concierto, el especialista Carlos López comentaba algunas peculiaridades de esta obra, como es el caso en que Mozart escribió a su padre hablándole de su música: “Estos conciertos están llenos aquí y allá de pasajes que sólo los que entienden mucho de música van a apreciar y van a calificar en su justa medida; sin embargo, el público que no sabe de música, va a salir muy satisfecho sin saber por qué”.
La invitación por parte de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México a su público es muy amplia, el acercamiento a la música por medio de charlas previas al concierto invita a neófitos y a expertos en la música clásica a participar y sobre todo genera un público enterado de lo que escucha.
Si bien la primera parte del concierto se puede interpretar como un sueño agradable, la tercera y última, Sinfonía No. 5 en re menor, Op. 107, Reforma -también de Mendelssohn, publicada hasta después de su muerte ya que al autor no le agradaba su creación- en ocasiones el personaje, un personaje subjetivo, despierta por un momento y se da cuenta de su realidad, una realidad agitada y tormentosa, pero no tarda mucho en retornar al sueño.
De vuelta al sueño, en el segundo movimiento una flauta se posa sola y lentamente la Orquesta le da fuerza, la Orquesta alcanza su más alto momento y anuncia el final, los músicos lo saben y tocan desenfrenados, los violines desgarrados concluyen de manera magistral en conjunto con la Orquesta.
La ola de aplausos no se hizo esperar, el concierto había concluido y era hora de responder con aplausos, con el mismo entusiasmo con que los músicos tocaron, dirigidos por Christoph Ehrenfellner, originario de Salzburgo, Austria, la misma ciudad que vio nacer a Mozart, y quien es Director asistente en la Sinfonietta Baden en Viena y compositor, en 2009, de su primera ópera: Mae Mona.
La pasión que suele proyectar la percusionista Gabriela Jiménez también fue motivo de una gran ovación. |